5 ene 2013

La atribulada vida de Piolet

Piolet iba cada día a trabajar. Tenía fama de trabajador. Tampoco es que ganara mucho, unas 2.000 lombrices mensuales, pero se sentía satisfecho. Cada fin de mes le entregaba las lombrices a papá, el cual se quedaba con 800 y le devolvía las 1.200 restantes. “Toma, para tus cositas” le decía. En el nido eran 17 hermanos y no todos iban igual de boyantes, así que papá repartía esos 800 anélidos entre los más desfavorecidos. 

A Piolet en principio no le importaba. “Invertirán esas lombrices en ir a la universidad y en un tiempo ya podrán disponer de sus propias lombrices; todo sea por el bien familiar” se decía. Pero pasaron casi treinta años y nada de eso había ocurrido. Piolet incluso observaba con estupor cómo muchos hermanos se habían dedicado a dilapidar las lombrices en pajarracas y construcción de nidos estrafalarios, y todo ello con el consentimiento de papá. Total, que empezó a sugerir a papá que no le retuviera tantas lombrices. Sin embargo, siempre recibía la misma respuesta, “la familia es la familia”. Para más inri, diversos hermanos le increpaban por insolidario. 

Frustrado, a veces se planteaba abandonar el hogar, pero de eso nadie en la familia quería ni oír hablar. “¿Por qué?” preguntaba Piolet. “Porque somos una familia y las familias son indivisibles”, le respondía papá. Bien al contrario. Piolet era aficionado a coleccionar hojas de parra; manías que tiene uno. El caso es que canjeaba parte de su asignación de lombrices por hojas de todos los tamaños y matices. Ah no, qué escándalo. Los hermanos se indignaban. ¿A quién se le ocurre dilapidar el patrimonio familiar en eso?, menuda tontería. Piolet no entendía nada. ¿Acaso mejor me lo gasto en construir nidos raros que nadie usa? ¿Quizás en pajarracas? 

Con el tiempo, conforme el coste de la vida IVA subiendo, llegó el día en el que ya ni llegaba a fin de mes. Entonces acudió a papá y le pidió que de una vez por todas pudiera disponer de una mayor parte de lo que ganaba. Era su trabajo, eran sus lombrices, y como papá era muy liberal, pensó que lo entendería. Pero no fue así. Papá se negó y en su lugar le dijo que le prestaría lombrices a cambio de unos intereses. Algunos hermanos se burlaron: “mira, el que quería independizarse ahora pide lombrices, que se joda” (expresión muy de moda en la familia). Piolet sentía que aquello no era justo, con lo que todavía tenía más ganas de largarse. 

La situación dio un giro cuando Papá conoció a una pájara alemana, una tal Ángela, que resultó ser una bruja. Desplumó al padre con sus artes seductoras y todos terminaron en la indigencia. 

Así acaban muchas familias.

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