29 abr 2013

Las trece puertas

El pasado jueves representamos nuestro espectáculo “Y ahora, algo totalmente distinto” en el centro penitenciario de Quatre Camins. Dos días antes habíamos estado en un centro de menores, pero Quatre Camins, con capacidad para 1.800 reclusos distribuidos en seis galerías construidas alrededor de un enorme panóptico que parece sacado de Star Wars, es otro mundo.

Exterior de Quatre Camins. Foto tomada al llegar.
Trece son las puertas que tienes que cruzar, para lo cual primero un celador te ha requisado la documentación y te ha entregado una targeta de visitante con la advertencia de que no te podrán dejar salir si la pierdes. ¿No podrás salir jamás? ¿Cuánto tiempo? Pasan por alto tu pregunta y siguen con su trabajo. Entonces alguien te acompaña a través de un laberinto de pasillos en el que no ves presos ni celadores, sólo paredes del mismo tono y una puerta de rejas al final. Antes de que cada una de estas trece puertas se abra, tienes que esperar a que un ser invisible cierre la anterior. Así, el roce del acero que acaba con un chasquido resuena veintiséis veces. Es lo único que interrumpe el silencio del recorrido. A cada puerta que cruzas tienes la sensación de alejarte más y más de tu realidad para adentrarte en el corazón de las tinieblas. No entras en una cárcel. Entras en las mismas entrañas del alma humana, allí donde temes toparte frente a frente con Kurtz y su espectral ejército. Tu otro yo, lo peor de ti, aquel que todos podríamos haber sido, aquel que aprendimos algún día a sujetar, o al menos eso creemos.

Esperas acabar el recorrido en algún momento para pasar a verte inmerso en un mundo bullendo de asesinos, ladrones, estafadores, violadores, traficantes y algún banquero despistado, pero no es así. Nunca sabes si ya has cruzado todas las puertas, hace rato que has perdido la cuenta, y el acompañante no te avisa. Simplemente, tras andar un buen rato, descubres que estás en una maltrecha sala de teatro en la que esperan un par de presos a los que les está permitido moverse con cierta libertad por buena conducta. Te miran con curiosidad. Te saludan. Les saludas. Hay algo extraño en ellos, pero no tienes muy claro si son invenciones tuyas.

Entonces dejas los bártulos y empiezas a mirar el escenario, por dónde entrará cada cual, en qué parte se pondrá esa mesa o aquellas sillas. Haces tu trabajo en una atmósfera extraña que cada uno del grupo vive a su manera, pero con una cierta sensación de silencio entre todos. Y en estas condiciones tienes que actuar. No es fácil.

El tiempo pasa y oyes que fuera se ha congregado gente. Esperan. Llueve y muchos han venido a desgana. Se acerca la hora pactada para dar comienzo a la función, así que hay que dejar entrar al público. Justo antes alguien, no sabes quién, cierra con llave las dos puertas laterales que dan acceso al escenario desde el patio de butacas. ¿Por qué? Mejor no saberlo, pero en ese momento quedas más encerrado que los propios presos que vienen a verte. “Que nadie encienda un cigarrillo” piensas.

Y en esas empieza la función.

Momento de la función en Quatre Camins captado con el iphone de uno de los educadores
Y qué grande es el ser humano cuando, haciendo frente a la adversidad, aprieta los dientes y trata de hacer su trabajo lo mejor posible. Es complicado esperar una gran complicidad en el grupo en una situación tan desconcertante, y eso suele notarse en la calidad de un espectáculo, pero la verdad es que ese jueves 25 de abril del 2013, un día difícil de olvidar, todos los actores dieron lo mejor de sí. Dadas las circunstancias, más no se les puede pedir, francamente. Todos y cada uno de ellos defendieron su personaje con determinación, algunos incluso se diría que con ferocidad. En algunos instantes se vieron detalles que jamás antes se habían probado. Qué curioso.

En cuanto al público, sus reacciones fueron extrañas. No pocos aprovechaban para ver a compañeros de otros módulos y hacer sus trapicheos. Heroína, anfetas, metadona, los psicotrópicos campan allí a sus anchas. Muchos, la mayoría, por efecto de estas drogas o lo alienante de ese mundo pautado y cerrado en el que viven, eran incapaces de prestar atención. Se fijaban en lo que podían, en los diálogos sencillos y en la expresión corporal. Sin embargo, hay que decir que les gustó, a su manera, pero les gustó. No interrumpieron la obra en ningún momento, no se mostraron hostiles y aplaudieron educadamente al finalizar. Luego se marcharon de forma cansina mientras los educadores se acercaban para mostrarnos su gratitud. Ya sólo quedaba recoger los trastos y deshacer el camino para ver de nuevo el cielo. Fuera seguía lloviendo, pero no importaba.

De camino a Barcelona, a todos nos costaba hablar. Cada uno andaba abstraído tratando de digerir lo recién vivido. Aun ahora cuesta de comprender todo aquello. Es difícil de explicar. Hay cosas que sólo se pueden entender si se viven. Y ese día las vivimos, y ni así.

Un consejo. Por injustas que te parezcan, sigue las leyes o sáltatelas sin que te descubran, pero jamás de los jamases entres allí. Al menos no por obligación.

Y no pierdas tu tarjeta de visitante.


18 abr 2013

Sobre impusados y encaputados

Hay que dar nuestra enhorabuena al ministro de justicia, Gallardón el Progre de todas las Españas y el más allá. La reforma del código penal que ha emprendido será referencia en un futuro no muy lejano en todas las facultades de derecho. Queda dicho.

Entre otras, ha tenido la brillante idea de propugnar el cambio de la palabra “imputado” por la de “encausado”. Eso sí que es trabajar duro por el futuro del país y lo demás son zarandajas. La razón de este cambio no es otra que el tono peyorativo que ha adquirido con el tiempo el término “imputado”. A menos que este tono provenga del término “puta” que lleva incrustado, es de suponer que dentro de un par de años las connotaciones peyorativas las pasará a adquirir la palabra “encausado”, por lo que habrá que volver a cambiar de nuevo.  Pero eso a buen seguro que no será ningún problema para el señor ministro, que en una evolución posterior, en aras de la perfección, la ley definitiva terminará en una alternancia periódica entre ambos términos. También se podría inventar algún híbrido del tipo encaputado (que estás kaput) o impusado (que estás hasta las orejas de pus/mierda), pero para ello qué mejor que someterlo a concurso público previo informe sociolingüístico del instituto Noos.

Otra brillante novedad es la que atañe a los secuestros. Gracias a la reforma en ciernes, cuando te secuestren por esos mundos de Dios, el gobierno se reservará el derecho a cobrarte los gastos derivados de las gestiones para tu liberación. ¿Qué gastos exactamente? ¿Llamadas telefónicas? ¿Horas extras del embajador tras sacarlo de algún cóctel? ¿Las dietas del intermediario? ¿La gasofa de algún portaaviones enviado para el rescate? ¿Las  latas de chipirones de los comandos especiales? ¿El importe del rescate en sí? Naderías. No hay que preocuparse por eso, que ya vendrá detallado en la factura. Eso sí, si no puedes pagar, nada de entregar las maletas como dación en pago. El caso es que ahora los secuestradores se entiende que quedarán obligados a expenderte un justificante de secuestro y, si procede, incluso entregar factura del cobro del rescate, la cual por supuesto deberá incorporar el 21% de IVA. El ministro esta vez seguro que andará más fino y ya tendrá preparados los impresos, incluyendo las versiones traducidas al bereber y al pastún. Adjuntamos el modelo que podrá descargarse de la página del ministerio de exteriores:

Por la presente, el grupo terrorista ___________________________________, con CIF ____________ certifica que ha tenido secuestrado al ciudadano español ________________________________________ por el espacio de _______ meses. Y para que conste a los efectos oportunos,


     (espacio para la firma)


_____________(nombre del líder y representante legal)______________

Desierto de __________, a ____ del _____________________ del 20__

Allahu-Akbar  /  Que Dios les bendiga  /  Viva ____________ libre  /  A tomar por culo.
                                          (marque según proceda)



15 abr 2013

La banalización de la Shoah

Shoah es el término hebreo comúnmente utilizado para designar el exterminio de millones de seres humanos durante la barbarie nazi. En castellano viene a  significar Holocausto, término al que algunos añaden el adjetivo “judío”. Sin embargo, dado que hubo otros colectivos aniquilados y todos ellos merecen nuestro reconocimiento, prefiero llamarle Shoah sin más.

Aclarada la terminología, quisiera comentar que de un tiempo a esta parte vengo observando la extensión a multitud de debates del uso de la Shoah integrada en algún tipo de argumento.

Discutiendo sobre la doctrina vegana, por ejemplo, es común tener que oír que los métodos usados por la industria cárnica no difieren de los empleados en los campos de exterminio nazis. Es la manera que tienen de llamarte cínico por mostrar dolor por una tragedia mientras dejas que suceda otra, a su entender, igual. En su estrechez de miras, dan por sentado que el consumo de carne equivale a desprecio a la vida animal.

También este uso se observa en la polémica sobre la ocupación de Palestina por parte de Israel, cuando alguno que otro sugiere que los judíos sacan provecho de la Shoah en una especie de chantaje emocional. Generalizando de manera burda, identifican el estado de Israel con toda la cultura judía y consideran que el mundo occidental no hubiera tolerado que esos, los judíos, enviaran tanques y aviones si los campos de la muerte nunca hubieran existido. Salvo que el ponente de esta línea argumental sea idiota, que tampoco es descartable, lo cierto es que desprende un claro tufo antisemita.

En estas cuitas tampoco podía faltar nuestra insigne derecha patria, ahora obcecada en ver nazis marcando casas judías donde sólo hay desahuciados poniendo adhesivos. Se trata de esa nueva derecha que se ha erigido en adalid de la democracia. Cómo no iba a ser así, con lo bien que les va, incluso mejor que en los tiempos de los dictadores con bigote.

De manera general, con independencia del debate a tratar, considero que hemos de mostrarnos del todo intolerantes ante esta utilización por mezquina y frívola de la Shoah.

Una tragedia de semejante magnitud tiene que ser estudiada, documentada, explicada, recordada, pero jamás esgrimida como argumento de nada, aunque a uno le parezca un argumento de lo más sólido. Insisto, jamás. Poco valor tendrá una ideología, sea la que sea, si necesita servirse de la Shoah para defender cualquiera de sus tesis. Es una vergüenza que alguien se apodere del silencio de millones de personas para defender una postura, no importa cuál. Se trata de personas despojadas de su existencia, de proyectos de vida amputados, de sueños convertidos en pesadilla, de abrazos arrancados, de despedidas, llantos, dolor y humillación. Se trata de hombres y mujeres, de ancianos y niños, de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados. Cada vez que nos servimos de su muerte, banalizamos su memoria. No. Nunca.

La Shoah en sí, como hecho histórico y como concepto, es un cementerio, y en él hemos de observar una conducta especialmente respetuosa y humilde. Es lo menos que podemos hacer en la medida en que todos y cada uno de nosotros, como miembros de la misma especie, tenemos nuestra parte de responsabilidad. Asumámosla antes de ponernos a jugar a los intelectuales ingeniosos.