21 may 2013

En un país de muchas luces

Sale en las noticias. La iluminación para la boda de niña Aznar costó 32.542 euros, euro arriba, euro abajo. Qué de luz. No cabe duda de que la novia estaría deslumbrante. Si es que por esa suma yo les instalaba los focos antiaéreos de Montjuic, y aún me sobraba para cafés, copas, puros, cubatas y la orquestilla sandunguera de mi vecino Wilson.

Pero vayamos a lo importante. Mamá Aznar, corroborando las palabras de ese yerno por cuyo nombre terminas teniendo que escupir para pronunciarlo, ha comentado que es un regalo de boda, supongo que para… deja que pruebe… agagsajar. El comentario ha sido tal cual, que si no entrecomillo es por pereza, y constituye una aclaración que da robustez al nuevo marco legal implantado por la doctrina Camps. En suma, todas estas cosas son regalos. Repite conmigo: regalos. En este país no hay tramas de corrupción ni leches; es que nos gusta regalar. Rollo cultural. Yo te regalo, tú me regalas y, oye, si tras regalarle a tu amiguito del alma un yate, él va y te regala un chalet, pues a eso se le llama intercambio de regalos y es una costumbre milenaria que todavía practican las tribus amazónicas. Regalos de cumpleaños, regalos de boda, regalos por la onomástica, regalos de Papá Noel y los Reyes (magos o no), regalos de los padrinos el día de la mona, regalos de comunión, mira tú, con tanto ajetreo no vas a ser tan maleducado de pedir factura cada vez, venga ya. Y si uno tiene amigos generosos, a mí qué me cuentas. Búscate mejores amigos, envidioso, que para eso están los pijos y los ricos, para hacer gasto. No casaremos a la niña a la luz de una vela, por dios.

Ahora ya estoy impaciente para que podamos fusionar la doctrina Camps con la inminente doctrina Cristina. Así, si tu marido se llama Jack y por las noches llega ensangrentado, con un cuchillo enorme en las manos y te regala una oreja, le das las gracias y sigues mirando la tele.


8 may 2013

Ha nacido un idioma

Qué chulo. Acabo de descubrir que domino a la perfección cuatro lenguas: catalán, castellano, valenciano y, ahora, la lengua aragonesa propia del área oriental. Estaría genial que en Catalunya, ya puestos, el castellano pasara a llamarse XJ-13. El nombre es molón y me permitiría indicar en mi currículum que soy quintilingüe, ahí es nada.

Ahora más en serio (mira que me cuesta), las Cortes de Aragón se han sacado de la manga una ley por la cual el catalán hablado en la zona oriental de Aragón pasa a denominarse lengua aragonesa propia del área oriental, así, tal cual. Quizás es para distinguirlo como variante dialectal del catalán, pero me da que en ningún documento, estudio ni redactado aparecerá semejante aseveración. De hecho, apuesto a que es justo para lo contrario, para desmarcarse como lengua distinta.

Es obvio que si dos personas al hablar se entienden perfectamente es que hablan el mismo idioma, se le llame como se le llame, así que me importa un rábano que le llamen así o asá. Por mí, como si le llaman zurundullo. Que cada cual haga el ridículo como mejor le parezca. Ahora bien, lo que sí me preocupa es el problema social que alimentan decisiones de este tipo.

Si alguna institución se empeña en inventar cierto nombre e imponerlo, las preguntas son inevitables. ¿Dónde radica la necesidad de inventar nombres? ¿Hay algún problema en llamarlo catalán? ¿Produce alguna reacción alérgica? En Colombia no han legislado para llamar colombiano a su idioma. Tampoco han hecho lo propio en Argentina, Perú, México o Guinea Ecuatorial. Todos ellos están en su derecho, desde luego, pero ¿por qué no lo han ejercido? La pregunta no es baladí (cuánto me pone esta palabra). Muchas personas dicen estar en contra del nacionalismo catalán, y a ello no hay nada que objetar. Es una postura ideológica tan respetable como la contraria. La coexistencia de ambas produce un antagonismo en el que cada parte actúa en pos de sus objetivos. El problema es que, no nos engañemos, detrás de la oposición al nacionalismo catalán con no poca frecuencia viene existiendo una mal disimulada catalanofobia, y ahora todo apunta a que las tensiones entre autonomías y gobierno central la están alimentando para solaz de la derecha más casposa. Este resentimiento se dispersa por todos los ámbitos sociales, algo a lo que las instituciones públicas no son inmunes. Sin embargo éstas, en vez de mitigarlo fomentando la tolerancia y el entendimiento, se encargan de todo lo contrario, lo amplifican a base de leyes como la que nos ocupa, que transmiten a la población de forma soterrada un mensaje inequívoco de repulsa.

En Catalunya jamás se ha planteado llamarle al castellano de otra manera. Sí es verdad que no se le suele llamar español, pero ambos términos son plenamente válidos, tanto es así que el artículo 3.1 de la Constitución afirma que «el castellano es la lengua española oficial del Estado». La Generalitat de Catalunya podría legislar para que el castellano se pasara a llamar catallano, castalán o incluso catalán de allende las fronteras, que mola que te cagas, pero no lo ha hecho. Imaginémonos ahora la que se liaba si se hiciera. Dan ganas, pero no estaría bien. Una cosa es que, por desgracia, existan fobias entre unos y otros, otra muy distinta es que éstas se alimenten desde la esfera pública.

En muchos medios se critica a los nacionalistas catalanes y de otras partes, a menudo con muestras de intolerancia tales como el uso del término nazionalista para referirse a ellos. Se apresuran a añadir que no tienen nada contra los catalanes, por supuesto, y que adoran Catalunya y su gente, el mar, la gastronomía, y que el idioma es precioso. Hasta un energúmeno con bigote lo habla en círculos íntimos, fíjate tú. ¿A qué viene tanta excusa? Hagamos la prueba. No paran de arremeter contra embajadas, rótulos y colegios, así que, por coherencia, ¿criticarán ahora estos disparates lingüísticos? ¿No? ¿Por qué no? Ah, ya, dejad que adivine. Dirán que es un debate tontorrón y que cada cual llame a las cosas como le plazca, que para eso vivimos en un país libre. Claro claro.

Lo dicho.


7 may 2013

Reflexiones sobre la doctrina vegana

PREÁMBULO

No pretendo centrarme en la dieta vegana sino en lo que bien podría darse en llamar doctrina vegana. En los últimos años he mantenido debates con diversas personas adscritas a esta doctrina, lo cual me ha permitido pulir las líneas argumentales de mi postura personal y sería una pena que quedaran por ahí abandonadas, en algún rincón de la memoria. Así pues, aprovecho ahora este blog para dejarlo por escrito y bien estructurado. Además, como la doctrina vegana siempre anda en pos de nuevos seguidores y a menudo para ello resulta insidiosa, queda esta entrada para que la aproveche todo aquel que se encuentre también inmerso en algún debate sobre el particular.

Sobre todo, no quisiera que se sintiera aludida cualquier persona por el mero hecho de seguir la dieta vegana. Por eso insisto en hablar de doctrina vegana y me referiré a sus seguidores como, si se me permite, integristas veganos.

LA DOCTRINA VEGANA Y SUS PILARES

La doctrina o moral vegana se basa en el principio de infligir el menor daño posible a toda forma de vida, animal o vegetal. Este principio comporta posturas de respeto al medio ambiente y conservación de ecosistemas, pero también se lleva hasta el extremo de situar a cualquier especie animal en un plano de igualdad respecto a la nuestra.

A la hora de concretar el respeto a las formas de vida, la doctrina vegana distingue entre las sintientes y las no sintientes. Se considera como sintiente aquella forma de vida capaz de sentir y, en particular, de padecer. Dado que ello lo asocia a la tenencia de un sistema nervioso central (¿?), deja al margen tanto la vida vegetal como algunos organismos rudimentarios. Esta distinción es la que lleva a la adopción de la llamada dieta vegana, que no es otra que aquella que se basa exclusivamente en alimentos procedentes del mundo vegetal, lo cual no sólo excluye la carne sino también cualquier otro producto obtenido del reino animal, como puede ser leche, huevos o miel. También lleva a evitar el uso de artículos obtenidos de la explotación animal, como bien pueden ser seda, piel o lana, sin olvidar todo aquello que se haya fabricado a partir de la experimentación con animales.

La doctrina vegana denomina especista a todo aquel que no comparte estos valores, neologismo creado para designar al que discrimina a las especies respecto a la nuestra. Aunque no es más que una definición, bien es verdad que el término lo suele usar en tono peyorativo, como si dar más valor a la vida de un bebé que a la de un cachorro fuera una postura deleznable cuando a la mayoría le parecerá justo lo contrario. En general, para el vegano integrista cualquier persona ajena a su doctrina es una de dos, o cruel o ignorante. Con la primera adoptará una actitud de repudia en tanto que con la segunda se arrogará la misión de mostrarle el camino. Así suele ser.

Esta especie de pedagogía del veganismo, no obstante, tiende a la torpeza. Así, por ejemplo, a menudo se emplean imágenes de animales moribundos y mensajes recriminatorios que más bien generan repulsa. Semejante impericia obedece a una visión inflexible del mundo. Las problemas son los que son y sólo se pueden solucionar de cierta manera, que por un casual es la de la doctrina vegana, mientras que aquellos que no la compartan carecen de autoridad moral para abanderar valores de bondad, honestidad, justicia o solidaridad. Los descalifica porque, a su parecer, hablan discursos prefabricados que recitan como un mantra pero que sólo son pretextos para disimular una postura egoísta. Suele decir de ellos que “no escuchan”, “no quieren entender”, “se cierran en banda” y cosas por el estilo.

No obstante, basta profundizar un poco para darse cuenta de que los argumentos de la doctrina vegana son bastante endebles y que el seguimiento de dicha doctrina se enmarca más bien en un conjunto de idearios naif muy arquetípicos. Veremos los argumentos más relevantes uno por uno.

Lo más sano:

Se trata de probar que la dieta vegana es más sana que la omnívora para esgrimirlo como argumento persuasor. Sin embargo, algo así es imposible de demostrar. Si alguien no quiere tener problemas significativos de salud por seguir una dieta en particular, sea la que sea, deberá tener ciertos conocimientos dietéticos, someterse a controles periódicos y evitar determinados abusos. Quien diga que no, está mintiendo. En el caso de la dieta vegana, sin ir más lejos, la carencia de vitamina B12 puede requerir de algún complemento vitamínico. En general, por más ejemplos que se pongan sobre la bondad de una dieta vegana, es imposible que éstos terminen cuantificando las ventajas de dicha dieta como para poder concluir que es mejor. Poner mil ejemplos de algo no es prueba de nada.

Aun y así, abunda el empeño en mantener este estéril debate, como si el seguimiento de algún tipo de dieta se tratara de un concurso de a ver quién es más sano.

Este empeño nace del mismo complejo que lleva a este movimiento al absurdo de preparar comidas veganas con forma de hamburguesa o salchicha. El hecho de representar una minoría dentro de la sociedad crea esta inseguridad que obliga a reafirmarse constantemente, a intentar adoctrinar y a utilizar para ello argumentos a menudo ridículos.

Lo más natural:

Sostiene que el ser humano es de naturaleza herbívora y que la incorporación de alimentos de origen animal en nuestra dieta es del todo cultural. Esto es una falacia.

El aparato digestivo, la dentición, los restos arqueológicos, las primeras formas de expresión artística, los hábitos alimenticios de etnias contemporáneas en ecosistemas similares a los del paleolítico, todos los indicios apuntan al carácter omnívoro de la especie homo sapiens sapiens, rasgo que vendría siendo propio de su árbol filogenético desde, al menos, el homo habilis. Es probable que exista algún científico que asegure lo contrario, y habría que dedicarle la debida atención, pero la doctrina actual va en la dirección omnívora y a ella hay que remitirse por ahora.

Sin embargo, no pocos veganos se empecinan en agarrarse al menor indicio que les permita contradecir esta corriente científica. Con ello, lo único que logran es desviar el debate hacia un tema irrelevante, puesto que el carácter natural de cierta dieta no es un atributo que invalide cualquier otra. Cada cual es libre de alimentarse como estime oportuno, cuestiones evolutivas al margen. Nuevamente asoma el complejo de inferioridad que comentábamos antes.

Lo más ecológico:

A fin de salvar el planeta, dicen que es indispensable que todos adoptemos la dieta vegana porque la industria cárnica es mucho más contaminante que la agrícola. A la más mínima saltan con algún informe de la ONU recomendando esta dieta, y de allí no pasan. Bien, no perdamos el tiempo discutiendo esto y supongamos que sí. ¿La actual superficie de cultivo bastaría para alimentar a los actuales 7.000 millones de habitantes? Tampoco perdamos el tiempo con esto y supongamos también que sí. Pero, ¿bastaría para 8.000?, ¿y para 9.000?, ¿y para 10.000? Es obvio que más pronto que tarde sería necesaria la tala de bosques para ganar tierra de cultivo, algo que conllevaría la muerte de gran cantidad de vida animal. De hecho, estaríamos hablando de pérdida de ecosistemas y extinción de especies. Resolviendo esta encrucijada en un sentido u otro, en algún momento se llegaría a la misma situación de colapso que con cualquier otro modelo productivo.

Y es que el modelo productivo que asumamos a lo sumo puede demorar el colapso, nunca detenerlo. Las razones son dos, a saber:
  • Si la población vive prósperamente, se reproduce y crece.
  • En un espacio finito los recursos son necesariamente finitos.
Con todo, se marca un límite que antes o después será alcanzado. Esto no admite discusión.

En todos los modelos, conforme nos acerquemos al punto crítico de productividad irán proliferando las hambrunas con cada vez mayor frecuencia y, una vez alcanzado, se entrará en una situación de equilibrio en la que los excedentes de población irán eliminándose por inanición y epidemias. Por cierto, un apunte. En el modelo vegano, este equilibrio iría acompañado de terribles fluctuaciones, toda vez que un año de malas cosechas comportaría la muerte de millones de personas de un plumazo. En el modelo omnívoro, la diversidad de productos daría más flexibilidad. De todas formas, esto es un detalle que poco importa.

Si queremos evitar el colapso, la única solución es el control de natalidad, algo cuya imposición crea un severo conflicto moral.  Curiosamente, la doctrina vegana suele ofrecer aquí una alternativa. Aduce que su escala de valores incluye una conciencia global que le llevaría a uno a renunciar espontáneamente a tener descendencia como contribución a detener el crecimiento demográfico. Suponiendo que sea eso creíble, que ya es suponer, ¿por qué esa capacidad de renuncia sería exclusiva del vegano integrista? Al fin y al cabo, estamos hablando de un problema de subsistencia no ya de la vida animal sino de nuestra propia especie. ¡Qué mejor que un especista para preocuparse del asunto!

Lo más respetuoso con la vida animal:

Es innegable que la postura vegana es en extremo respetuosa con la vida animal. De hecho, no lo puede ser más. Vaya esto por delante.

Ahora bien, aun concediendo que el ser humano, a diferencia de otras especies depredadoras, pueda alterar su dieta y sobrevivir con alimentos exclusivamente vegetales, es cuestionable calificar a alguien de inmoral por el mero hecho de seguir la dieta natural de nuestra especie. Por supuesto, el vegano integrista no opinará igual y a esta práctica la llamará especismo. Tampoco es un calificativo del que uno deba avergonzarse, aun cuando le sea pronunciado con desprecio. Al fin y al cabo, todos los seres vivos somos especistas. No es un sentimiento de superioridad sino un instinto que contribuye a la supervivencia de unas especies frente a otras menos adaptadas. En el caso de un depredador, éste no cazará sujetos de su misma especie. Las especies que lo hacían se extinguieron por razones obvias. En todo caso, la diferencia con nuestra especie está sólo en el procedimiento. El desarrollo de la civilización nos ha llevado a abandonar las prácticas cazadoras en favor de una actividad cada vez más industrializada.

La moralidad del trato que la industria cárnica dispensa a los animales para facilitarnos el alimento sí es moralmente cuestionable, pero la repulsa a una mala praxis no es exclusiva de la moral vegana. Por supuesto que si, uno tras otro, todos adoptáramos la dieta vegana, desaparecería la industria cárnica y, por ende, ese maltrato animal, pero es ingenuo reducirlo todo a esta solución. En la vida suelen haber diversas maneras de abordar cualquier problema. En el caso que nos ocupa, hay personas que no consumen productos animales, pero también las hay que boicotean marcas que experimentan con animales, las hay que participan en actos de protesta contra el maltrato animal, las hay que colaboran voluntariamente en ONG especializadas, las hay que se implican en la adopción de animales abandonados, las hay que simplemente defienden ideales de respeto hacia la vida animal en su entorno inmediato, como los maestros con sus alumnos o como los padres con sus hijos. Todas son contribuciones nada desdeñables que ayudan a que el mundo camine en cierta dirección. No hace falta irse al purismo de las posturas extremas.

No obstante, el vegano integrista no quiere ni oír hablar de todo esto. El simple hecho de que se disponga de un animal para lo que sea, incluso para poner huevos, ya le parece un delito. Jamás le bastará que unas vacas pazcan tranquilamente por el campo hasta que en cierto momento, sin causar ansiedad ni dolor, sean sacrificadas, aunque con ello sufran incluso menos que si fueran cazadas por un grupo de leones. Pero entonces, ¿por qué esa distinción de animales sintientes? Si debemos alimentarnos de vegetales sólo porque no sufren, ¿por qué no hacerlo de una vaca si el sacrificio tampoco produce sufrimiento? En este punto, la inconsistencia de la doctrina vegana se hace patente:

  • Si lo que le parece inmoral es la muerte, entonces sería igualmente inmoral el acto de matar plantas. Verbigracia, al final sería una doctrina especista y antropocéntrica.
  • Si lo que le parece inmoral es infligir sufrimiento, entonces el sacrificio animal debería parecerle tan irrelevante como arrancar una cebolla mientras éste fuera indoloro.

Ante este dilema, la doctrina vegana se escurre alegando que al matar un ser sintiente estás truncando un ser con intereses. ¿Intereses? ¿Qué intereses? ¿Es eso relevante? Entre las diversas cualidades que hacen la especie humana única en el reino animal, una es su sofisticada capacidad de proyectar a futuro. Vivimos una realidad en la que tenemos deseos, luchamos por objetivos, nos preocupamos por el futuro de nuestros seres queridos, hacemos predicciones a partir de indicios, nos suicidamos cuando no vemos una salida. Esta capacidad construye una prolongación hacia el futuro del individuo que se elimina al matarlo, y esto es inmoral. Bien es verdad que los primates tienen una versión rudimentaria de esta cualidad, pero aquí nadie discute sobre alimentarse de animales salvajes. También algunos experimentos abogan por cierta capacidad de proyección en otras especies, pero es tan embrionaria que no puede considerarse como base de ningún argumento moral incontestable. En un espectro continuo que va desde un virus hasta un ser humano, hay que fijar el punto de disrupción en el lugar más sensato, y eso ya pertenece al terreno de las decisiones personales, no de las verdades irrefutables.

EL AMOR A LA NATURALEZA

La doctrina vegana, en el colmo de la estrechez de miras, se otorga en exclusividad la potestad de amar a los animales. No obstante, y mal le pese, el sentimiento de amor hacia los animales y la naturaleza en general no es exclusivo ni siquiera de la dieta. Culturas como las de las regiones árticas (inuit y yupik) o de las estepas mongolas basan su dieta en productos de origen animal, y en ellas suele darse un profundo respeto hacia la vida que les sirve de sustento. Para los indios de las praderas norteamericanas, el bisonte ha tenido siempre rango de sagrado. En el paleolítico dibujábamos ciervos, caballos y otros animales de caza como primera forma de expresión artística, no lechugas y pepinos. Y en nuestra sociedad actual, salvando las distancias, ocurre otro tanto. A casi todos nos preocupa el medio ambiente y nos disgusta que tantas especies estén al borde de la extinción. A la mayoría nos fascina pasear por el bosque, observar las abejas libando, sentarnos a la orilla de un riachuelo, escuchar la agitación de las hojas de los árboles movidas por el viento. ¿Por qué? Porque somos biófilos desde tiempos ancestrales, amamos la Naturaleza porque sentimos que es nuestro medio. Vivimos en ciudades en las que nos sentimos extraños, y necesitamos escaparnos periódicamente a la que sigue siendo nuestra casa. Muchas son las personas que comparten con cualquier vegano su amor por los animales, sólo que sin que ello condicione su dieta. Eso sí, en general unos y otros coincidirán en que debe abolirse el sufrimiento en todos los ámbitos. No está mal, ¿no? Es algo increíble que este objetivo común sea repudiado.

En general, cualquier postura vital que conlleve sentimientos de amor merece todo el reconocimiento y aprecio. Ahora bien, eso siempre y cuando no sea a la vez fuente de odio. Y, por desgracia, en la doctrina vegana suele aparecer esta doble cara. En vez de mostrarse seductora y paciente, a menudo sufre de una inflexibilidad que termina en desprecio hacia quienes disienten. Así, no es raro que un vegano integrista, enfrentado a un entorno que en su mayoría no sigue sus tesis, caiga en la misantropía, algo paradójico en una doctrina tan pretendidamente piadosa. Personalmente, si una ideología me llevara por semejantes derroteros, desde luego me la cuestionaría, pero muchos no se dan ni cuenta.

Visto lo visto, la doctrina vegana es ante todo una de las diversas maneras de canalizar el amor hacia la naturaleza. Pero el amor no es una cuestión moral. Es amor. Y ante él, pocos razonamientos caben, y mucho menos se inculca a base de argumentos y más argumentos. Se siente o no se siente. Y cuando se siente, cada cual lo expresa a su manera y lo gestiona según su personalidad, sus convicciones, sus aptitudes y sus experiencias previas.

En suma, y ya para concluir, seguir la dieta vegana como acto de respeto hacia la vida animal es una decisión loable, pero no es la decisión que sirva para delimitar a unas personas de otras. La bondad, la honestidad, la solidaridad y la justicia no son valores exclusivos de nadie, bien al contrario, son valores que hemos de compartir y alentar entre todos nosotros por encima de los caminos seguidos por cada cual. Si queremos hacer de éste un mundo mejor, todos hemos de hacer concesiones en pos de la unidad. Si nos enrocamos en propuestas de máximos, vamos mal. No hay otra.


29 abr 2013

Las trece puertas

El pasado jueves representamos nuestro espectáculo “Y ahora, algo totalmente distinto” en el centro penitenciario de Quatre Camins. Dos días antes habíamos estado en un centro de menores, pero Quatre Camins, con capacidad para 1.800 reclusos distribuidos en seis galerías construidas alrededor de un enorme panóptico que parece sacado de Star Wars, es otro mundo.

Exterior de Quatre Camins. Foto tomada al llegar.
Trece son las puertas que tienes que cruzar, para lo cual primero un celador te ha requisado la documentación y te ha entregado una targeta de visitante con la advertencia de que no te podrán dejar salir si la pierdes. ¿No podrás salir jamás? ¿Cuánto tiempo? Pasan por alto tu pregunta y siguen con su trabajo. Entonces alguien te acompaña a través de un laberinto de pasillos en el que no ves presos ni celadores, sólo paredes del mismo tono y una puerta de rejas al final. Antes de que cada una de estas trece puertas se abra, tienes que esperar a que un ser invisible cierre la anterior. Así, el roce del acero que acaba con un chasquido resuena veintiséis veces. Es lo único que interrumpe el silencio del recorrido. A cada puerta que cruzas tienes la sensación de alejarte más y más de tu realidad para adentrarte en el corazón de las tinieblas. No entras en una cárcel. Entras en las mismas entrañas del alma humana, allí donde temes toparte frente a frente con Kurtz y su espectral ejército. Tu otro yo, lo peor de ti, aquel que todos podríamos haber sido, aquel que aprendimos algún día a sujetar, o al menos eso creemos.

Esperas acabar el recorrido en algún momento para pasar a verte inmerso en un mundo bullendo de asesinos, ladrones, estafadores, violadores, traficantes y algún banquero despistado, pero no es así. Nunca sabes si ya has cruzado todas las puertas, hace rato que has perdido la cuenta, y el acompañante no te avisa. Simplemente, tras andar un buen rato, descubres que estás en una maltrecha sala de teatro en la que esperan un par de presos a los que les está permitido moverse con cierta libertad por buena conducta. Te miran con curiosidad. Te saludan. Les saludas. Hay algo extraño en ellos, pero no tienes muy claro si son invenciones tuyas.

Entonces dejas los bártulos y empiezas a mirar el escenario, por dónde entrará cada cual, en qué parte se pondrá esa mesa o aquellas sillas. Haces tu trabajo en una atmósfera extraña que cada uno del grupo vive a su manera, pero con una cierta sensación de silencio entre todos. Y en estas condiciones tienes que actuar. No es fácil.

El tiempo pasa y oyes que fuera se ha congregado gente. Esperan. Llueve y muchos han venido a desgana. Se acerca la hora pactada para dar comienzo a la función, así que hay que dejar entrar al público. Justo antes alguien, no sabes quién, cierra con llave las dos puertas laterales que dan acceso al escenario desde el patio de butacas. ¿Por qué? Mejor no saberlo, pero en ese momento quedas más encerrado que los propios presos que vienen a verte. “Que nadie encienda un cigarrillo” piensas.

Y en esas empieza la función.

Momento de la función en Quatre Camins captado con el iphone de uno de los educadores
Y qué grande es el ser humano cuando, haciendo frente a la adversidad, aprieta los dientes y trata de hacer su trabajo lo mejor posible. Es complicado esperar una gran complicidad en el grupo en una situación tan desconcertante, y eso suele notarse en la calidad de un espectáculo, pero la verdad es que ese jueves 25 de abril del 2013, un día difícil de olvidar, todos los actores dieron lo mejor de sí. Dadas las circunstancias, más no se les puede pedir, francamente. Todos y cada uno de ellos defendieron su personaje con determinación, algunos incluso se diría que con ferocidad. En algunos instantes se vieron detalles que jamás antes se habían probado. Qué curioso.

En cuanto al público, sus reacciones fueron extrañas. No pocos aprovechaban para ver a compañeros de otros módulos y hacer sus trapicheos. Heroína, anfetas, metadona, los psicotrópicos campan allí a sus anchas. Muchos, la mayoría, por efecto de estas drogas o lo alienante de ese mundo pautado y cerrado en el que viven, eran incapaces de prestar atención. Se fijaban en lo que podían, en los diálogos sencillos y en la expresión corporal. Sin embargo, hay que decir que les gustó, a su manera, pero les gustó. No interrumpieron la obra en ningún momento, no se mostraron hostiles y aplaudieron educadamente al finalizar. Luego se marcharon de forma cansina mientras los educadores se acercaban para mostrarnos su gratitud. Ya sólo quedaba recoger los trastos y deshacer el camino para ver de nuevo el cielo. Fuera seguía lloviendo, pero no importaba.

De camino a Barcelona, a todos nos costaba hablar. Cada uno andaba abstraído tratando de digerir lo recién vivido. Aun ahora cuesta de comprender todo aquello. Es difícil de explicar. Hay cosas que sólo se pueden entender si se viven. Y ese día las vivimos, y ni así.

Un consejo. Por injustas que te parezcan, sigue las leyes o sáltatelas sin que te descubran, pero jamás de los jamases entres allí. Al menos no por obligación.

Y no pierdas tu tarjeta de visitante.


18 abr 2013

Sobre impusados y encaputados

Hay que dar nuestra enhorabuena al ministro de justicia, Gallardón el Progre de todas las Españas y el más allá. La reforma del código penal que ha emprendido será referencia en un futuro no muy lejano en todas las facultades de derecho. Queda dicho.

Entre otras, ha tenido la brillante idea de propugnar el cambio de la palabra “imputado” por la de “encausado”. Eso sí que es trabajar duro por el futuro del país y lo demás son zarandajas. La razón de este cambio no es otra que el tono peyorativo que ha adquirido con el tiempo el término “imputado”. A menos que este tono provenga del término “puta” que lleva incrustado, es de suponer que dentro de un par de años las connotaciones peyorativas las pasará a adquirir la palabra “encausado”, por lo que habrá que volver a cambiar de nuevo.  Pero eso a buen seguro que no será ningún problema para el señor ministro, que en una evolución posterior, en aras de la perfección, la ley definitiva terminará en una alternancia periódica entre ambos términos. También se podría inventar algún híbrido del tipo encaputado (que estás kaput) o impusado (que estás hasta las orejas de pus/mierda), pero para ello qué mejor que someterlo a concurso público previo informe sociolingüístico del instituto Noos.

Otra brillante novedad es la que atañe a los secuestros. Gracias a la reforma en ciernes, cuando te secuestren por esos mundos de Dios, el gobierno se reservará el derecho a cobrarte los gastos derivados de las gestiones para tu liberación. ¿Qué gastos exactamente? ¿Llamadas telefónicas? ¿Horas extras del embajador tras sacarlo de algún cóctel? ¿Las dietas del intermediario? ¿La gasofa de algún portaaviones enviado para el rescate? ¿Las  latas de chipirones de los comandos especiales? ¿El importe del rescate en sí? Naderías. No hay que preocuparse por eso, que ya vendrá detallado en la factura. Eso sí, si no puedes pagar, nada de entregar las maletas como dación en pago. El caso es que ahora los secuestradores se entiende que quedarán obligados a expenderte un justificante de secuestro y, si procede, incluso entregar factura del cobro del rescate, la cual por supuesto deberá incorporar el 21% de IVA. El ministro esta vez seguro que andará más fino y ya tendrá preparados los impresos, incluyendo las versiones traducidas al bereber y al pastún. Adjuntamos el modelo que podrá descargarse de la página del ministerio de exteriores:

Por la presente, el grupo terrorista ___________________________________, con CIF ____________ certifica que ha tenido secuestrado al ciudadano español ________________________________________ por el espacio de _______ meses. Y para que conste a los efectos oportunos,


     (espacio para la firma)


_____________(nombre del líder y representante legal)______________

Desierto de __________, a ____ del _____________________ del 20__

Allahu-Akbar  /  Que Dios les bendiga  /  Viva ____________ libre  /  A tomar por culo.
                                          (marque según proceda)



15 abr 2013

La banalización de la Shoah

Shoah es el término hebreo comúnmente utilizado para designar el exterminio de millones de seres humanos durante la barbarie nazi. En castellano viene a  significar Holocausto, término al que algunos añaden el adjetivo “judío”. Sin embargo, dado que hubo otros colectivos aniquilados y todos ellos merecen nuestro reconocimiento, prefiero llamarle Shoah sin más.

Aclarada la terminología, quisiera comentar que de un tiempo a esta parte vengo observando la extensión a multitud de debates del uso de la Shoah integrada en algún tipo de argumento.

Discutiendo sobre la doctrina vegana, por ejemplo, es común tener que oír que los métodos usados por la industria cárnica no difieren de los empleados en los campos de exterminio nazis. Es la manera que tienen de llamarte cínico por mostrar dolor por una tragedia mientras dejas que suceda otra, a su entender, igual. En su estrechez de miras, dan por sentado que el consumo de carne equivale a desprecio a la vida animal.

También este uso se observa en la polémica sobre la ocupación de Palestina por parte de Israel, cuando alguno que otro sugiere que los judíos sacan provecho de la Shoah en una especie de chantaje emocional. Generalizando de manera burda, identifican el estado de Israel con toda la cultura judía y consideran que el mundo occidental no hubiera tolerado que esos, los judíos, enviaran tanques y aviones si los campos de la muerte nunca hubieran existido. Salvo que el ponente de esta línea argumental sea idiota, que tampoco es descartable, lo cierto es que desprende un claro tufo antisemita.

En estas cuitas tampoco podía faltar nuestra insigne derecha patria, ahora obcecada en ver nazis marcando casas judías donde sólo hay desahuciados poniendo adhesivos. Se trata de esa nueva derecha que se ha erigido en adalid de la democracia. Cómo no iba a ser así, con lo bien que les va, incluso mejor que en los tiempos de los dictadores con bigote.

De manera general, con independencia del debate a tratar, considero que hemos de mostrarnos del todo intolerantes ante esta utilización por mezquina y frívola de la Shoah.

Una tragedia de semejante magnitud tiene que ser estudiada, documentada, explicada, recordada, pero jamás esgrimida como argumento de nada, aunque a uno le parezca un argumento de lo más sólido. Insisto, jamás. Poco valor tendrá una ideología, sea la que sea, si necesita servirse de la Shoah para defender cualquiera de sus tesis. Es una vergüenza que alguien se apodere del silencio de millones de personas para defender una postura, no importa cuál. Se trata de personas despojadas de su existencia, de proyectos de vida amputados, de sueños convertidos en pesadilla, de abrazos arrancados, de despedidas, llantos, dolor y humillación. Se trata de hombres y mujeres, de ancianos y niños, de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados. Cada vez que nos servimos de su muerte, banalizamos su memoria. No. Nunca.

La Shoah en sí, como hecho histórico y como concepto, es un cementerio, y en él hemos de observar una conducta especialmente respetuosa y humilde. Es lo menos que podemos hacer en la medida en que todos y cada uno de nosotros, como miembros de la misma especie, tenemos nuestra parte de responsabilidad. Asumámosla antes de ponernos a jugar a los intelectuales ingeniosos.




24 mar 2013

Aguanta. España no es Chipre

Eres un chipriota y tienes unos ahorros con los que podrías amortizar la hipoteca. No obstante, dados los tiempos que corren, piensas que mejor mantener estos fondos en un depósito a la vista para poder ir tirando en un hipotético futuro sin trabajo. Además, como por el depósito te dan un interés mayor que el que pagas por el préstamo, hasta te sale rentable. Por supuesto, este último dato lo llevas con discreción, no vayas a ser víctima de esa última moda consistente en decirte que eres un pelacañas que vive por encima de sus posibilidades. 

Y entonces viene la troika con la intención de imponer una quita. Imagínate, pretenden robarte parte de tus ahorros pero sin que nadie se tome la molestia de condonarte parte de tu préstamo. De juzgado de guardia. 

Bien es verdad que finalmente la quita se ha circunscrito a depósitos de más de 100.000 euros, pero no nos equivoquemos. Ha terminado siendo así porque la propuesta inicial la tumbó el parlamento chipriota. Imagínate el resultado en un parlamento con mayoría absoluta y disciplina de partido. Y no miro a nadie. 

Por cierto, ¿podría ocurrir aquí? Sin duda. Es más, puedes apostar a que lo han pensado, ya que siempre van unos cuantos pasos por delante, o eso deberían. De hecho, el ministro de economía se apresuró a decir que esto aquí jamás pasaría, algo que, deba o no tomarse como el anuncio de la inminencia de la medida (poco después ya dudaba), convendrás en que no puede decirse con tanta contundencia si no se ha analizado antes… o sí. Da igual, el caso es que nunca los subestimes, aunque parezcan idiotas y se comporten como tales con asombrosa fidelidad.


Ante la situación actual, el procedimiento estándar hubiera sido el de devaluar la moneda. Como esto no puede ser, hoy por hoy están intentando hacer ese cambio de escala legislando para que bajen nuestros sueldos, esto es, nuestro poder adquisitivo. Es lo que llaman una devaluación interna. 

Si esto no funciona, el siguiente paso es recurrir directamente a la quita. Como en Chipre. 

¿Por qué no lo han hecho ya? En parte por miedo a un estallido social. Anchas son nuestras tragaderas, pero mejor no tentar a la suerte. Podrían tratar de controlarlo apelando al patriotismo, esa demagogia del “juntos podemos”, el "a por ellos" y demás mientras suena el himno y alzan la bandera, pero no es que aquí vayamos precisamente sobrados de patriotismo. Con todo, la causa principal de que no se atrevan es por la evasión de capital inmediata que se produciría. ¿A quién o a qué les preocupa que pueda lastimar eso? Obviamente, al sistema bancario, que necesita todo ese dinero líquido como agua de mayo. ¿Y a ti? Sí, claro, y a ti, que les preocupas muchísimo. 

Así pues, alégrate. Ve a tu oficina bancaria más cercana a darle un abrazo al director, al segurata y a la señora de la limpieza. Y, si estás hipotecado, reza, sobre todo reza para que el proceso de saneamiento bancario dure al menos hasta que venza tu hipoteca. 

En cualquier caso, recuerda lo siguiente: si un fin de semana largo, de esos de puente, se reúne la troika para hablar de España, ve a esa misma oficina, toma el dinero y corre.



5 mar 2013

¿Has visto alguna vez una mesa?

Recuerdo de niño el día en que un maestro, para dárselas de erudito, nos preguntó si alguna vez habíamos visto un espejo. Nosotros inmediatamente asentimos, tal y como él esperaba, así que se dispuso a dejarnos con la boca abierta. Ciertamente, es un objeto escurridizo, puesto que siempre que lo intentas mirar acabas viendo tu propia imagen, y su argumento fue por ahí. Era su día, así que al final nos convenció de que era imposible ver un espejo.

Esta anécdota la he tenido siempre muy presente. Por suerte, quiso la vida que mi formación siguiera la senda de la Física (teórica, valga la redundancia), con lo que tiempo y recursos he tenido para superar con creces las incertidumbres sembradas por aquel malévolo maestro. Ahora, si me lo encontrara, le replicaría preguntándole si alguna vez ha visto una mesa, así, tal cual. No creo que eso vaya ocurrir y tampoco quiero imitarle, así que trataré de explicar de qué estamos hablando cuando aseguramos estar viendo una mesa.

La Física postula que todo cuerpo permanece en un mismo estado mientras no interactúa con su entorno, algo que podría tomarse como definición de interacción. Así, la pelota permanece en el suelo hasta que el niño la patea. Así, la luz prosigue su camino rectilíneo mientras no encuentra un obstáculo. Y ese obstáculo va a ser la mesa en nuestro ejemplo. Veamos qué ocurre.

En el momento en que los fotones alcanzan los átomos de la superficie de la mesa se produce una interacción electromagnética que se traduce en que los fotones son absorbidos a cambio de alterar el estado de dichos átomos. En general, esta alteración se traduce en que los átomos adquieren velocidad, lo cual a efectos macroscópicos es hablar de aumento de temperatura. Sin embargo, a veces un fotón tiene la energía exacta que necesita el electrón de un átomo para saltar a una órbita superior. Cuando el encuentro se produce, el electrón absorbe el fotón y salta a la órbita excitada gracias a esa energía que ha incorporado. Al rato, como todo sistema alterado tiende a recuperar el equilibrio, el electrón decae y vuelve a la órbita estable a cambio de emitir un fotón de esa misma energía. La única diferencia entre el fotón entrante y el saliente es la dirección. El fotón entrante provenía de una fuente de luz concreta mientras que el saliente toma una dirección al azar. Por lo demás, ambos fotones tienen la misma energía, lo cual equivale a decir que tienen las mismas frecuencia y longitud de onda, eso es, el mismo color.

Finalmente, estos fotones emitidos por la mesa llegan a nuestros ojos, donde son absorbidos por los átomos que conforman la retina, lo cual desencadena una corriente eléctrica que se propaga a través del sistema nervioso central. En algún momento y de algún modo, esta corriente se traduce en nuestra conciencia en la convicción de estar viendo una mesa.

A esto le llamamos estar viendo una mesa.

Desde una perspectiva macroscópica, la luz incide sobre la mesa y es absorbida a excepción de cierto espectro de longitudes de onda que corresponde con el color de la mesa y que es dispersada en todas direcciones, y esta alteración se transmite a nuestro sistema nervioso para revelar la existencia de una mesa. El resto de luz, la que es absorbida, va calentando la mesa aunque no indefinidamente, ya que los átomos tienden a perder velocidad a base de emitir fotones en el espectro infrarrojo, lo cual conduce a una temperatura de equilibrio. Esta luz infrarroja no la percibimos por estar fuera de nuestro espectro visible, por nada más. De lo contrario, también formaría parte de nuestra visión de la mesa, y la veríamos distinta.

Para algunas personas lo explicado será una obviedad, para otras será un rollo. Lo siento, y no lo digo con ironía. En la divulgación científica cuesta calibrar con qué interés y base cuenta el público. Pero es que a mí me parece una maravilla comprender la infinidad de fenómenos que ocurren en algo tan cotidiano como es observar una mesa. Y todavía lo será más cuando identifiquemos y profundicemos en algunas preguntas que para algunos ya estarán flotando en el aire. Me gusta intentar compartirlo.

Aunque ahora no lo parezca, mi objetivo final es dar un enfoque racional a un tema tan inaccesible como la muerte. ¿Se puede hablar de un tema así prescindiendo de charlatanes paranormales? ¿Uno puede asegurar que no hay consciencia tras la muerte? ¿Qué es la consciencia?

Este objetivo tan sensacionalista sólo es un pretexto que sirva de acicate para seguir el camino durante el cual en verdad voy a intentar reflejar la belleza de la Física. Sí, he dicho bien, belleza, la mayor que uno pueda imaginar jamás.

Pero vayamos por partes, paso a paso, así que mejor sigámonos preocupando por la mesa. ¿Qué es una maldita mesa?

Creo que me he metido en un buen jardín.


25 feb 2013

La toma de posesión


El abuelo del gorrito no para de insistirle en que salga al balcón. Con ese acento alemán pensado para arrojar esputos, lleva una hora con la cantinela: que si la tradición de siglos y siglos, que si la multitud ansía verle, que si patatín, que si patatán. Alrededor revolotea ese enjambre de sujetos disfrazados con túnicas de colores secundando la exigencia del vejestorio. ¿Tan importante es salir a un balcón a saludar? En la política actual toda esa parafernalia está obsoleta, pero esos tipejos llevan naftalina en los genes. Jigme Druk, tirando de clases de autocontrol, trata de hacérselo entender, pero no hay manera. Si escucharan, pero no. Sólo hablan. Todos a la vez. Y esas caras. Qué agobio.
Ni veinticuatro horas aquí y ya tiene ganas de dimitir y volverse a su Bután natal. Nada más llegar, comenzaron los incidentes y ha sido un no parar. Por lo pronto, toda esa comitiva de estrafalarios no disimuló su disgusto por ser oriental. Fue muy violento ver aquellas caras de repulsa. «¡Nos han mandado un butanero!» llegó a exclamar uno. Luego se metieron con la indumentaria. Se presenta con su mejor traje oscuro de Armani, camisa blanca y sin ronchas, corbata de seda natural, zapatos negros, rollo corporativo; pero ellos que no, erre que erre, que allí no se viste así, que se tiene que poner una de esas túnicas, una blanca, como la del abuelo del gorrito. Pero es que ni siquiera les gusta el nombre. Pretenden que se lo cambie por otro más al uso y le pasan una lista: Juan, Pablo, Pío, Gregorio, Calixto, Inocencio, Clemente, Urbano… qué nombres más cutres; ni hablar.
Por la tarde le llevan a visitar el país. Igual de lamentable. Parece de juguete, minúsculo pero trufado de edificios exageradamente grandes y horteras a morir. Cuando se pusieron a trazar planos, los arquitectos tendrían algún trastorno de megalomanía, a saber. ¿Y qué decir de los del diseño de interiores? Estancias atiborradas de souvenirs, jarrones, cuadros de marcos dorados y estatuas de barbudos rodeados de niños regordetes con alas. Cutre hasta decir basta. Luego el extraño asunto de la población. A Jigme le preocupa, normal, ya que en unas semanas espera hacer venir a su esposa y a los chavales. ¿En este país no hay mujeres ni niños? Ellos se escandalizan. Pero vamos a ver, ¿qué pinta tanto tío junto? ¿Es un país gay? Se escandalizan todavía más. Reaccionarios, xenófobos, y ahora también homófobos, pues vaya unas joyas. Mejor ya ni preguntar por la insólita ausencia de comercios, pero en ningún caso va a permitir que su primer proyecto como country manager se tuerza así como así, no señor. Aquí van a cambiar muchas cosas.
El abuelo del gorrito y la cohorte de la naftalina siguen insistiéndole en que salga al balcón. Caras rojas, gesticulaciones, algarabía, zarandeos. Jigme los aparta y huye a encerrarse en un cuarto de baño. Echa el pestillo antes de suspirar aliviado y, por acto reflejo, bajarse los pantalones y sentarse en la taza. Parece que se han calmado de golpe, algo que aprovecha para tratar de relajarse. El partner de Politicool le había asegurado que gobernar este país iba a significar un ascenso espectacular en su carrera profesional. Sin embargo, ahora se le antoja más bien otra moto que le ha vendido, otra de tantas. Suspira profundamente y recapitula un poco. En los peores momentos es saludable recordar de dónde uno viene.
Nació en Bután poco antes de la Gran Revolución, cuando el país era todavía uno de los más atrasados del mundo, tal y como demostraba el índice de televisores por habitante. En esa misma época a unos consultores suecos que pasaban por allí se les ocurrió plantarse en el palacio real y poner sobre la mesa un contrato de externalización de todo el aparato político por cuatro años. Nunca a nadie se le había ocurrido algo así, pero el rey, impresionado ante esos tipos trajeados y agobiado con las finanzas, simplemente firmó. Total, peor no podía ir todo. Uno de los encorbatados asumió la presidencia, el resto ocupó diversos ministerios, y luego hicieron venir a otros compañeros para ir ocupando un cargo tras otro. Hasta montaron un partido de la oposición, que a poco se oponía pero hacía como que sí. Mientras el rey se convertía en un adorno dedicado a sus pasiones cinegéticas, el nuevo gobierno asumía los asuntos de estado con discreción. Un presidente tan rubio resultaba raro, pero el pueblo era majo y preguntaba poco.
Y Bután prosperó, vaya si prosperó. Pasados los cuatro años, se había convertido en un paraíso financiero donde los ricos se pegaban por pasar unos días de relax. El país de los maletines. No habían grandes explotaciones mineras, petrolíferas, agrícolas ni ganaderas, ni falta que hacían.
–¿Todo bien? ­–pregunta alguien desde el otro lado de la puerta.
Jigme da un respingo. Vaya con la preguntita, ¿qué se supone que debería responder?, ¿que va restreñido?
–Cinco minutos –contesta.
En fin. Se enciende un cigarrillo. Hacía días que no fumaba. Vivir en persona aquella etapa de florecimiento marcó a Jigme, que se fijó desde niño el objetivo de terminar trabajando para Politicool, la consultoría política nacida de aquella aventura. Siempre ha sido un romántico.
Mientras Jigme iba atesorando éxitos como estudiante, Politicool se fue expandiendo a ritmo frenético. A Bután le siguió Zimbabwe, luego Afganistán, luego el salto a Europa tomando las riendas de Albania y Andorra. En diez años caería el primer grande, Francia: Liberté, égalité, fraternité et professionnalisme. Obviamente, surgieron otras empresas para competir. No obstante, el pastel era grande, y ahora, cuarenta años después, pocos son los países que por romanticismo se resistan a dejar su política en manos de profesionales. Sólo quedan algunos muy anclados en las tradiciones. Y ahora justamente uno de estos acaba de caer. La demencia senil del abuelo del gorrito se ha revelado como el detonante. Un día se presentó ante la multitud en calzoncillos y dando saltos. Los incondicionales enseguida montaron una tal orden de los calzones inquietos y cada año salen a saltar en paños menores por la calle. Pero esos lapsus venían siendo cada vez más frecuentes y la clase dirigente por fin ha asumido la necesidad de reinventarse.
El que Jigme haya sido designado para presidir este país significa la culminación a una carrera de casi veinte años. Empezó como becario, periodo de prueba en el que hizo de diputado de la oposición en Vietnam. La labor desarrollada le mereció un contrato profesional y la designación como asesor del ministro de cultura de Camboya. Al cabo de tres años el 90% de los camboyanos sabía tocar el clavicordio, y desde entonces no ha parado de ascender. Ahora viene de hacer de country assistant de Malasia, lo que los tradicionales llaman vicepresidente. Primero compró la franquicia de Al-Qaeda para reconvertirla en una asociación de aficionados al aeromodelismo. Luego diseñó el proceso de fusión con Indonesia, país que, en bancarrota, simularon invadir. Se hizo traer para ello ejércitos de alquiler, que son muy humanos. Como a menudo los contendientes son de la misma empresa, rara vez se lían a tiros. Fue un exitazo.
Del otro lado de la puerta empiezan a llegar voces de impaciencia que sacan a Jigme de su ensimismamiento. «¿Piensa quedarse ahí encerrado? Los fieles aguardan» exclama el del gorrito mientras empieza a aporrear la puerta. Jigme toma aire. Ha tenido que trabajar muy duro para llegar hasta aquí y no se va a dar por vencido a las primeras de cambio, no señor.
–¡Voy voy! –grita mientras asiente para sí.
El recogimiento de un lavabo siempre es fuente de lucidez. De familia agnóstica, el cristianismo siempre le había parecido algo muy lejano, probablemente tanto como el sintoísmo japonés para un occidental. Apenas sabe que todos son seguidores de un profeta llamado Jesús que se han terminado dividiendo en un galimatías de clanes. Es incapaz de captar la diferencia entre ortodoncios, calvos, protestones, angelicales, mamones o catódicos. Está claro que debería haberse preparado mejor el traspaso de poderes. Se ha confiado demasiado y eso es siempre un error. Sin embargo, para todo hay solución, claro que sí. Está a tiempo de enderezar el rumbo. Ahora, por lo pronto, si quieren un discursito, lo tendrán. Vaya que si lo tendrán. Jigme se levanta y sale del baño todo energía. Allá vamos. Los tipos de las túnicas suspiran. «¿No tira de la cadena?» inquiere el ingenuo de turno. Ni caso. Jigme hace ademán de salir al balcón. Le detienen. Tanto insistir y ahora que no. Exasperante. Mientras uno de ellos se pone a encender papeluchos en la chimenea en pleno mes de julio, el resto vuelve a insistir con lo de la indumentaria. Era eso, qué pesados, ya ni se acordaba. Uno le viene con el vestidito blanco, otro con una especie de cucurucho que pretende ponérselo por sombrero, otro con un bastón enorme. Esto no es carnaval. Se zafa de todos ellos y sale al balcón.
Caracoles. El país será canijo, pero qué de gente. En una plaza dominada por una especie de misil que amenaza con salir disparado, una multitud expectante se apiña como puede. Tanto es así, que, para caber, han de permanecer todos con el pie izquierdo levantado. El séquito carcamal ha salido tras él y ahora aguarda con gesto preocupado. No le quitan ojo de encima. Uno, sin pedir permiso, se acerca al micrófono y grita “¡Habemus Papa!” o algo así. Jigme lo aparta de un empujón y se coloca delante del micrófono. Recorre con la mirada el escenario. Arriba, las nubes deambulan ajenas a todo asunto terrenal. Estaría bien que lloviera, pero se las ve muy enclenques. Para hacer tiempo, se pone a dar pequeños golpes al micrófono con el índice. Mientras busca palabras, descubre al del gorrito tumbado en el suelo. Se detiene. Aquello no es muy normal.
–¿Qué diantre le pasa? –pregunta Jigme al señor de negro de su izquierda.
–Es su antecesor. Como el cargo es vitalicio, mejor que nadie le vea. Quedaría… daría que hablar. No saben nada.
–¿Y es necesario que se arrastre de ese modo? Podría esperar dentro, digo yo.
–Quiere supervisar el traspaso de poderes. Siempre ha sido muy minucioso. Es alemán.
Jigme se encoge de hombros y agarra el micrófono. Toca improvisar, algo que nunca ha sido su fuerte. Un niño tose.
–Probando, probando, sí, sí, no, no.
Suena un pitido momentáneo. Allá vamos.
–Pueblo del Vaticonyo. Me dirijo… –el señor de negro le interrumpe con un disimulado codazo– ¿Sí?
–No es Vatico…, bueno, eso. Es Vaticano –le susurra al oído. Jigme cuenta hasta tres y asiente con gesto conciliador. No es cuestión de discutir por una basura de nombre. Allá vamos de nuevo.
–Pueblo del Vaticano. Me dirijo a todos vosotros… –El del suelo está tirándole del pantalón– ¡Y ahora qué cojones pasa!
Una exclamación se propaga a través de la plaza y se aleja por las calles de la ciudad.
–En latín, se lo ruego, en latín, por Dios –le susurra de nuevo al oído el de negro–. Es el idioma tradicional de aquí.
–¿Tradicional?
–Sí, es el idioma que se hablaba hace siglos, una reliquia.
–Ah, y la gente lo entiende.
–No.
Jigme, a punto de explotar, trata de olvidar tanta tontería y centrarse en buscar las palabras. Pasan los segundos. Un par de palomas levantan el vuelo. Pasan más segundos. Piensa en el modelo A-7 de discurso, usado recientemente en Inglaterra y que tanto gustó a la reina momia esa que tenían. Ni latín ni leches; en inglés. Este país necesita modernizarse, eso está claro, y el tema tiene que ir por ahí. Entonces quizás mejor el B-15. Sí, mejor, aunque con modificaciones. A la porra las tradiciones, duro con ellas. Abajo, un hombre grita «¡Totus tuus!» y la gente le hace callar. Jigme traga saliva. Ahora sí.
–Vaticanianos y vaticanianas, el mundo evoluciona y no podemos quedarnos anclados en el pasado. Por eso he venido, por eso me tenéis aquí, para mirar hacia el futuro. Todos juntos, con paso firme y mirada serena, henchidos de orgullo. Aquí y ahora queda dicho para la posteridad que todo cambiará –el de negro le da otro discreto codazo, Jigme se lo devuelve, el de negro gimotea–. El tiempo de las tradiciones obsoletas ha terminado. Y empezaremos con el latín… –el abuelo vuelve a tirarle del pantalón, Jigme sacude la pierna– ¡Al infierno el latín!
La gente se mira entre sí y pone caras raras. Murmullos. Jigme da media vuelta. Hay que reconocer que el discurso no ha salido redondo, pero tampoco le pagan por eso. Se ha formado lío alrededor del abuelo. Al predecesor le ha dado algún tipo de pasmo. Yace convulsionado en el suelo, con la cara azulada y los ojos dispuestos a abandonar las órbitas en pos de nuevos mundos. Parece un muñeco, un muñeco calvo, ya que el gorrito ha rodado medio metro y la brisa se entretiene con él. La patada ha sido suave, así que serán cosas de la edad, pero no pinta nada bien. Jigme se encoge de hombros. ¿No era el cargo vitalicio? Pues mira por dónde, por una tradición que van a mantener, menos quejarse.
Jigme se aleja. Dejará pasar un tiempo, para que no sea dicho, pero tendrá que hablar con el partner más pronto que tarde para exigirle el transfer. Hace años que tiene identificado el país ideal. Sol, playa, buena comida, gente afable, lo tiene todo. Desgraciadamente, el dinero hace que los políticos de allí y una mafia que se hace llamar Los Bombones se agarren como lapas a sus poltronas, pero él lleva tiempo diseñando un plan minucioso y ya va siendo hora de ejecutarlo. ¡A por España!

9 feb 2013

Catálogo de fauna turística IV - El turista panlingüista

El turista panlingüista corresponde a un perfil bastante paleto. Cree que su idioma se habla en todo el planeta, incluso que los niños ya nacen hablándolo, así que se dirige a cualquier autóctono en un campechano castellano. Esta actitud la mantendrá tanto con el director del hotel Hilton de Nueva York como con un vendedor ambulante de Dakar, pero se acentuará cuando se encuentre en países a los que, bajo criterios de lo más pintorescos, considera subdesarrollados, pobrecillos míos. Jamás intentes hacerle ver su error. Es inútil (léase como substantivo y adjetivo). Cualquier gesto de asentimiento él lo interpretará como que ha sido entendido: “¿lo ves?” te dirá ante tu cara de escepticismo.

El conflicto nace cuando, por el contrario, el turista constata que no es entendido, pues se referirá al interpelado con desprecio, incluyendo insultos, porque total “no se entera, es tonto”. El autóctono, que tampoco es idiota leyendo el lenguaje corporal, suele comprender que está siendo insultado y pillará un buen cabreo.

En definitiva, este perfil genera malestar entre la población local, a la que invita a observar a cualquier turista como a un energúmeno prepotente. Estando en las antípodas de la discreción, la presencia de estos turistas es demasiado notoria.

3 feb 2013

Quieto todo el mundo


Ante el estupor generalizado, conviene un ejercicio de empatía para comprender el escándalo de los sobres entre altos cargos del PP. La gente se desconcierta ante diversas cuestiones que en el fondo tienen fácil respuesta si pensamos como ellos.

¿Cómo una contabilidad puede llevarse en una libretita de miquelrius?

Por una parte, no estamos hablando de estructuras empresariales de gran complejidad. En un partido político, en esencia, las entradas son donaciones y cuotas de afiliados mientras las salidas se componen de nóminas, dietas, pagos a "proveedores" y recibos de alquiler, mantenimiento, luz, agua, teléfono, etc. Por otra parte, tampoco estamos ante una gestión llevada por eminencias de la economía ni falta que hacen. El señor Bárcenas, sin ir más lejos, nació en 1954 y estudió empresariales en la universidad de Comillas. En esos tiempos no había ordenadores, ni siquiera los Spectrum. En general se trata de personas no muy cualificadas y que tampoco tienen la necesidad de reciclarse en un mercado cada vez más exigente. Sus puestos se consiguen a dedo, por amistad, por lealtad al partido, por pertenecer a cierta familia. Así las cosas, no han trasladado su labor a los ordenadores porque no existe motivación para cambiarse a ellos. Les basta el método que aprendieron y que siempre les ha servido. Se sienten más seguros así.

¿Qué necesidad hay de cobrar dinero sin declarar?

En efecto, es fácil subirse el sueldo en cualquier consejo del partido y andando. Pero ni se les pasó por la cabeza. ¿Para qué? Te ingresan dinero en la cuenta y te dicen que es normal, y consideras que es normal, y te lo dicen los mismos que luego te harán la declaración de hacienda. Como además te sientes intocable, tampoco sientes la necesidad de cuestionarte nada. La infanta Cristina puede entenderlo muy bien. No hablamos de alguien que ve cosas raras en su entorno, ni que mira a derecha y a izquierda antes de meterse el sobre en la americana, ni que ese día coge un taxi para llegar a casa más seguro. Es su mundo.

En mi entorno laboral, sin ir más lejos, hay muchos compañeros que no tienen ni idea de lo que es la hoja de salario, ni qué son todos esos conceptos que allí aparecen, y mucho menos se preguntan si eso es correcto o no, si lo retenido va a hacienda o va a la CIA. Sólo miran que el numerito del final coincida con el movimiento en la cuenta. Se fían. Pues en un partido, parecido. La diferencia es que el empleado lo es por cuenta ajena y corresponde al empresario el que todo esté en orden, pero en un partido político todos son el empresario. Esto es algo de lo que sus miembros no son conscientes. Así pues, están seguros de que la culpa es del otro, del que hacía trapicheos, del que traicionó la confianza. Por eso salen todos ellos por la tele y hablan con tanta firmeza. Están sinceramente convencidos de su inocencia. Al menos algunos.

¿Quién ha filtrado esta información?

La respuesta es obvia: alguien que espera beneficiarse con ello. Pero, ¿quién y para qué? Dando por sentado que, en efecto, los documentos son auténticos, no parece entonces probable que la fuente sea el PSOE, pese a ser el partido aspirante a la sucesión. Lo más probable es que la fuente se encuentre en el entorno de Bárcenas o del propio partido. Si se tratara de lo primero, estaríamos hablando de una venganza ante la negativa a ayudas en la causa judicial. Sin embargo, es un poco absurdo vengarse sacando a la luz justo aquello que le incrimina. Entonces, nos queda el PP. ¿Para qué? No lo sé, podría ser meramente por dinero o por viejas rencillas, pero puedo aventurar otra hipótesis.

El PP lo conforma gente de derechas, y algunos son muy de derechas, herederos del franquismo más casposo. Agitación social, pérdida de valores, islamización, secesionismo, consideran que España va hacia el precipicio y que necesita mano dura. No obstante, saben que Occidente no tolerará nunca más una dictadura en el sentido clásico. Así pues, se impone una dictadura moderna. Ante un PSOE desacreditado, un PP descabezado y falta de alternativas, ¿qué mejor que disfrazar la dictadura con un gobierno a la Monti? Eso gozaría del beneplácito de todos. La UE apremiaría a ello ante la perspectiva de unas elecciones de resultado incierto. ¿Y quién sería el Monti? Pues alguien muy a la derecha del PP, preferiblemente apartado pero de reconocido prestigio. Pensemos en nombres.

Espero equivocarme, pero es posible que estemos asistiendo a una nueva modalidad de golpe de estado.

2 feb 2013

¿Y mientras los bancos? Bien, gracias.

Mientras el mundo de los políticos anda convulso, el de la banca mantiene el rumbo firme, con la proa dirigida hacia la riqueza, ajena a todo ruido. Como muestra, me voy a referir a una serie de hechos ya conocidos para terminar con algo que no ha trascendido a los medios de comunicación. Disculpa si no revelo fuentes ni concreto más.

Vamos con lo conocido.

Hasta enero del 2013 los bancos ofrecían a sus clientes depósitos a tipos de interés muy por encima del euríbor. Podías encontrar productos hasta por encima del 4% TAE. Ya sabemos que la banca siempre anda escasa de líquido pese a nuestras generosas inyecciones a través del Estado, y esta era su particular guerra para ganar el llamado “dinero nuevo”, clientes que se trasladaban a la entidad con ahorros, nómina y recibos. Estas campañas agresivas se las podían permitir porque se cubrían con, entre otros, los precios aún superiores a los que prestaban el dinero al Estado, la ínclita prima de riesgo. Dado que el Estado somos todos, digamos que tu banco te prestaba dinero al 6% para que tú, tras descontar tus gastos, pudieras dejárselo en depósito al 4%. Todo un chollo.

El mes de enero esto cambió. Nuestro gobienno se irritó ante semejante praxis, así que ordenó a los bancos que limitaran la oferta de depósitos al 1,75%. Tenía sus razones. Por una parte, no le gustaba dar imagen de calzonazos. ¿Qué era esto de regalar el dinero a los ciudadanos cuando a mí, el gobienno de Españistán, me cuesta tanto? Por otra, impidiendo a los bancos ofrecer estos intereses, esperaba aumentar la venta de bonos a fin de bajar la prima de riesgo hasta los 200 puntos. Mientras tanto, el banco te seguiría prestando dinero al 6% para que tú pudiera dejárselo en depósito al 1,75%. A menos que quisieras comprarte tu deuda a ti mismo (aquí puedes ver las novedosas ofertas). Un pitorreo.

Por si esto fuera poco, resulta que esta orden del Estado es verbal. Vamos, que no te tomes la molestia de buscarla en el BOE. Si una medida no es legal, en este caso por violar la libre competencia, no se escribe y santas pascuas, que le pregunten, como si viola los derechos humanos. A ellos ni plim. Como banca y gobienno están atados de por vida a base de favores mutuos, todo queda en la familia. No es necesario legislar.

Ahora vamos con lo que nadie te habrá contado.

Hubo como mínimo un banco que a principios de año ordenó a sus oficinas identificar los contratos de depósitos firmados con tipos de interés superiores al 1'75% y que todavía no hubieran liquidado intereses. El objetivo no era otro que el de contactar con los titulares para tratar de venderles la moto de que ese tipo de interés del 3% o 4% no era el correcto. Lo sentimos mucho, usted verá, es que el abuelo fuma, la abuela bebe, es necesario, la ley obliga, confíe en nosotros, bla bla bla. El objetivo, poder romper el contrato, literalmente, y hacerles firmar uno con el tipo de interés por debajo del 1’75%. Sí, has leído bien, estamos hablando de depósitos firmados antes de la entrada en vigor de la orden. ¿De nuevo juegan con el desconocimiento y la buena fe de doña Engracia? ¿Antes le vendían preferentes y ahora le rebajan el depósito donde guarda lo que le queda de sus ahorros? Pensarás que algunos no aprenden de sus errores. No es el caso, y no lo es porque para ellos esto no son errores.

Ahora la guinda.

¿Adivinas el propietario de este banco? Piensa un poco… a ver… esto es Españistán luego… debe de ser… ¡efectivamente, el Estado!

Pero recordemos que nosotros somos el Estado, así que nosotros salvamos la banca, nosotros le vendemos nuestra deuda a tipos de interés elevados, nosotros nos bajamos los tipos de interés de nuestros depósitos y ahora, para más inri, nosotros le hacemos el cambiazo de contrato a doña Engracia.

Apaga y vámonos.

28 ene 2013

Catálogo de fauna turística IV - El turista egoísta


El turista egoísta es el peor perfil imaginable. Es una especie de nuevo colonizador, ataviado con el equipo completo de Coronel Tapioca y al que sólo le falta el salakov. Compra la sonrisa de un niño al precio de un caramelo. Es probable que ya le hayan informado de que el azúcar provoca caries y allí no hay dentistas, pero le importa un pepino. El caso es alimentar su ego durante unos días arrogándose el papel de solucionador de los males del mundo. “Si esto pasa, no será porque yo no ayude, desde luego”, piensa. Va provisto de caramelos, bolsas de cacahuetes, bolígrafos, libretas y otros chismes de lo más inverosímiles. Ha pagado un dinero, son sus vacaciones, y eso le otorga derecho de posesión, de injerencia, de hacer lo que le venga en gana. Es capaz de regalar piruletas a todo un poblado para luego regatear a un muchacho el precio de una vasija: “A mí no me toman el pelo, ¡por quién me han tomado!”.

En la visita a un poblado himba presencié cómo un tipejo iba colocando relojes digitales en los brazos de los adolescentes. Era grotesco ver el reloj entre las pulseras talladas a mano. ¿Cuál era el fin de ese regalo? Nunca lo he sabido. En esa misma visita, una señora le levantó el faldón a un bebé en brazos de su estupefacta madre para averiguar si era niño o niña. En otro caso, paseando por un pueblo de Centroamérica, tres señoras irrumpieron en un aula para saludar a los niños y hacerse fotos sentadas en los pupitres como si nada. Una de ellas alegó que es que ella era maestra, como si eso le arrogara un derecho gremial. Con esa misma lógica, cualquier cirujano de vacaciones supongo que puede entrar en un hospital de Kinsasa y hacerle un bypass coronario a algún paciente con apendicitis. 


Este es el perfil que altera más el medio, ya que no dudará en exigir, en pagar, en entrometerse con tal de conseguir una foto, una sonrisa, una escena de caza, una noche de sexo, lo que sea. Un desastre. Habría que retirarles el pasaporte.