PREÁMBULO
No pretendo centrarme en la dieta
vegana sino en lo que bien podría darse en llamar doctrina vegana. En los
últimos años he mantenido debates con diversas personas adscritas a esta
doctrina, lo cual me ha permitido pulir las líneas argumentales de mi postura
personal y sería una pena que quedaran por ahí abandonadas, en algún rincón de
la memoria. Así pues, aprovecho ahora este blog para dejarlo por escrito y bien
estructurado. Además, como la doctrina vegana siempre anda en pos de nuevos
seguidores y a menudo para ello resulta insidiosa, queda esta entrada para que
la aproveche todo aquel que se encuentre también inmerso en algún debate sobre
el particular.
Sobre todo, no quisiera que se
sintiera aludida cualquier persona por el mero hecho de seguir la dieta vegana.
Por eso insisto en hablar de doctrina vegana y me referiré a sus seguidores
como, si se me permite, integristas veganos.
LA DOCTRINA VEGANA Y SUS PILARES
La doctrina o moral vegana se basa
en el principio de infligir el menor daño posible a toda forma de vida, animal
o vegetal. Este principio comporta posturas de respeto al medio ambiente y
conservación de ecosistemas, pero también se lleva hasta el extremo de situar a
cualquier especie animal en un plano de igualdad respecto a la nuestra.
A la hora de concretar el respeto
a las formas de vida, la doctrina vegana distingue entre las sintientes y las
no sintientes. Se considera como sintiente aquella forma de vida capaz de
sentir y, en particular, de padecer. Dado que ello lo asocia a la tenencia de un
sistema nervioso central (¿?), deja al margen tanto la vida vegetal como algunos
organismos rudimentarios. Esta distinción es la que lleva a la adopción de la
llamada dieta vegana, que no es otra que aquella que se basa exclusivamente en
alimentos procedentes del mundo vegetal, lo cual no sólo excluye la carne sino
también cualquier otro producto obtenido del reino animal, como puede ser
leche, huevos o miel. También lleva a evitar el uso de artículos obtenidos de la
explotación animal, como bien pueden ser seda, piel o lana, sin olvidar todo
aquello que se haya fabricado a partir de la experimentación con animales.
La doctrina vegana denomina
especista a todo aquel que no comparte estos valores, neologismo creado para designar
al que discrimina a las especies respecto a la nuestra. Aunque no es más que una
definición, bien es verdad que el término lo suele usar en tono peyorativo, como
si dar más valor a la vida de un bebé que a la de un cachorro fuera una postura
deleznable cuando a la mayoría le parecerá justo lo contrario. En general, para
el vegano integrista cualquier persona ajena a su doctrina es una de dos, o cruel
o ignorante. Con la primera adoptará una actitud de repudia en tanto que con la
segunda se arrogará la misión de mostrarle el camino. Así suele ser.
Esta especie de pedagogía del
veganismo, no obstante, tiende a la torpeza. Así, por ejemplo, a menudo se emplean
imágenes de animales moribundos y mensajes recriminatorios que más bien generan
repulsa. Semejante impericia obedece a una visión inflexible del mundo. Las problemas
son los que son y sólo se pueden solucionar de cierta manera, que por un casual
es la de la doctrina vegana, mientras que aquellos que no la compartan carecen de
autoridad moral para abanderar valores de bondad, honestidad, justicia o
solidaridad. Los descalifica porque, a su parecer, hablan discursos
prefabricados que recitan como un mantra pero que sólo son pretextos para
disimular una postura egoísta. Suele decir de ellos que “no escuchan”, “no
quieren entender”, “se cierran en banda” y cosas por el estilo.
No obstante, basta profundizar un
poco para darse cuenta de que los argumentos de la doctrina vegana son bastante
endebles y que el seguimiento de dicha doctrina se enmarca más bien en un
conjunto de idearios naif muy arquetípicos. Veremos los argumentos más
relevantes uno por uno.
Lo más sano:
Se trata de probar que la dieta
vegana es más sana que la omnívora para esgrimirlo como argumento persuasor.
Sin embargo, algo así es imposible de demostrar. Si alguien no quiere tener
problemas significativos de salud por seguir una dieta en particular, sea la
que sea, deberá tener ciertos conocimientos dietéticos, someterse a controles
periódicos y evitar determinados abusos. Quien diga que no, está mintiendo. En
el caso de la dieta vegana, sin ir más lejos, la carencia de vitamina B12 puede
requerir de algún complemento vitamínico. En general, por más ejemplos que se
pongan sobre la bondad de una dieta vegana, es imposible que éstos terminen
cuantificando las ventajas de dicha dieta como para poder concluir que es
mejor. Poner mil ejemplos de algo no es prueba de nada.
Aun y así, abunda el empeño en
mantener este estéril debate, como si el seguimiento de algún tipo de dieta se
tratara de un concurso de a ver quién es más sano.
Este empeño nace del mismo
complejo que lleva a este movimiento al absurdo de preparar comidas veganas con
forma de hamburguesa o salchicha. El hecho de representar una minoría dentro de
la sociedad crea esta inseguridad que obliga a reafirmarse constantemente, a
intentar adoctrinar y a utilizar para ello argumentos a menudo ridículos.
Lo más natural:
Sostiene que el ser humano es de
naturaleza herbívora y que la incorporación de alimentos de origen animal en
nuestra dieta es del todo cultural. Esto es una falacia.
El aparato digestivo, la
dentición, los restos arqueológicos, las primeras formas de expresión
artística, los hábitos alimenticios de etnias contemporáneas en ecosistemas
similares a los del paleolítico, todos los indicios apuntan al carácter
omnívoro de la especie homo sapiens sapiens, rasgo que vendría siendo propio de
su árbol filogenético desde, al menos, el homo habilis. Es probable que exista algún
científico que asegure lo contrario, y habría que dedicarle la debida atención,
pero la doctrina actual va en la dirección omnívora y a ella hay que remitirse
por ahora.
Sin embargo, no pocos veganos se
empecinan en agarrarse al menor indicio que les permita contradecir esta
corriente científica. Con ello, lo único que logran es desviar el debate hacia
un tema irrelevante, puesto que el carácter natural de cierta dieta no es un
atributo que invalide cualquier otra. Cada cual es libre de alimentarse como
estime oportuno, cuestiones evolutivas al margen. Nuevamente asoma el complejo
de inferioridad que comentábamos antes.
Lo más ecológico:
A fin de salvar el planeta, dicen
que es indispensable que todos adoptemos la dieta vegana porque la industria
cárnica es mucho más contaminante que la agrícola. A la más mínima saltan con
algún informe de la ONU recomendando esta dieta, y de allí no pasan. Bien, no
perdamos el tiempo discutiendo esto y supongamos que sí. ¿La actual superficie
de cultivo bastaría para alimentar a los actuales 7.000 millones de habitantes?
Tampoco perdamos el tiempo con esto y supongamos también que sí. Pero,
¿bastaría para 8.000?, ¿y para 9.000?, ¿y para 10.000? Es obvio que más pronto
que tarde sería necesaria la tala de bosques para ganar tierra de cultivo, algo
que conllevaría la muerte de gran cantidad de vida animal. De hecho, estaríamos
hablando de pérdida de ecosistemas y extinción de especies. Resolviendo esta
encrucijada en un sentido u otro, en algún momento se llegaría a la misma
situación de colapso que con cualquier otro modelo productivo.
Y es que el modelo productivo que
asumamos a lo sumo puede demorar el colapso, nunca detenerlo. Las razones son
dos, a saber:
- Si la población vive prósperamente, se reproduce y crece.
- En un espacio finito los recursos son necesariamente finitos.
Con todo, se marca un límite que
antes o después será alcanzado. Esto no admite discusión.
En todos los modelos, conforme
nos acerquemos al punto crítico de productividad irán proliferando las
hambrunas con cada vez mayor frecuencia y, una vez alcanzado, se entrará en una
situación de equilibrio en la que los excedentes de población irán eliminándose
por inanición y epidemias. Por cierto, un apunte. En el modelo vegano, este equilibrio
iría acompañado de terribles fluctuaciones, toda vez que un año de malas
cosechas comportaría la muerte de millones de personas de un plumazo. En el
modelo omnívoro, la diversidad de productos daría más flexibilidad. De todas
formas, esto es un detalle que poco importa.
Si queremos evitar el colapso, la
única solución es el control de natalidad, algo cuya imposición crea un severo
conflicto moral. Curiosamente, la
doctrina vegana suele ofrecer aquí una alternativa. Aduce que su escala de
valores incluye una conciencia global que le llevaría a uno a renunciar espontáneamente
a tener descendencia como contribución a detener el crecimiento demográfico.
Suponiendo que sea eso creíble, que ya es suponer, ¿por qué esa capacidad de
renuncia sería exclusiva del vegano integrista? Al fin y al cabo, estamos
hablando de un problema de subsistencia no ya de la vida animal sino de nuestra
propia especie. ¡Qué mejor que un especista para preocuparse del asunto!
Lo más respetuoso con la vida animal:
Es innegable que la postura
vegana es en extremo respetuosa con la vida animal. De hecho, no lo puede ser
más. Vaya esto por delante.
Ahora bien, aun concediendo que
el ser humano, a diferencia de otras especies depredadoras, pueda alterar su
dieta y sobrevivir con alimentos exclusivamente vegetales, es cuestionable calificar a alguien de inmoral por el mero hecho de seguir la
dieta natural de nuestra especie. Por supuesto, el vegano integrista no opinará
igual y a esta práctica la llamará especismo. Tampoco es un calificativo del
que uno deba avergonzarse, aun cuando le sea pronunciado con desprecio. Al fin
y al cabo, todos los seres vivos somos
especistas. No es un sentimiento de superioridad sino un instinto que contribuye a la supervivencia de unas especies frente
a otras menos adaptadas. En el caso de un depredador, éste no cazará sujetos de su misma especie. Las
especies que lo hacían se extinguieron por razones obvias. En todo caso, la diferencia
con nuestra especie está sólo en el procedimiento.
El desarrollo de la civilización nos ha llevado a abandonar las prácticas cazadoras
en favor de una actividad cada vez más industrializada.
La moralidad del trato que la
industria cárnica dispensa a los animales para facilitarnos el alimento sí es moralmente cuestionable, pero la
repulsa a una mala praxis no es exclusiva
de la moral vegana. Por supuesto que si, uno tras otro, todos adoptáramos la
dieta vegana, desaparecería la industria cárnica y, por ende, ese maltrato
animal, pero es ingenuo reducirlo
todo a esta solución. En la vida suelen haber diversas maneras de abordar cualquier
problema. En el caso que nos ocupa, hay personas que no consumen productos
animales, pero también las hay que boicotean
marcas que experimentan con animales, las hay que participan en actos de protesta contra el maltrato animal, las hay
que colaboran voluntariamente en ONG
especializadas, las hay que se implican
en la adopción de animales abandonados, las hay que simplemente defienden ideales de respeto hacia la
vida animal en su entorno inmediato, como los maestros con sus alumnos o como
los padres con sus hijos. Todas son contribuciones nada desdeñables que ayudan a que el mundo camine en cierta
dirección. No hace falta irse al purismo de las posturas extremas.
No obstante, el vegano integrista
no quiere ni oír hablar de todo esto. El simple hecho de que se disponga de un
animal para lo que sea, incluso para poner huevos, ya le parece un delito. Jamás
le bastará que unas vacas pazcan tranquilamente por el campo hasta que en
cierto momento, sin causar ansiedad ni dolor, sean sacrificadas, aunque con
ello sufran incluso menos que si fueran cazadas por un grupo de leones. Pero
entonces, ¿por qué esa distinción de animales sintientes? Si debemos
alimentarnos de vegetales sólo porque no sufren, ¿por qué no hacerlo de una
vaca si el sacrificio tampoco produce sufrimiento? En este punto, la
inconsistencia de la doctrina vegana se hace patente:
- Si lo que le parece inmoral es la muerte, entonces sería igualmente inmoral el acto de matar plantas. Verbigracia, al final sería una doctrina especista y antropocéntrica.
- Si lo que le parece inmoral es infligir sufrimiento, entonces el sacrificio animal debería parecerle tan irrelevante como arrancar una cebolla mientras éste fuera indoloro.
Ante este dilema, la doctrina vegana
se escurre alegando que al matar un ser sintiente estás truncando un ser con intereses.
¿Intereses? ¿Qué intereses? ¿Es eso relevante? Entre las diversas cualidades que hacen la especie humana única en el reino animal, una es su sofisticada capacidad de
proyectar a futuro. Vivimos una
realidad en la que tenemos deseos, luchamos por objetivos, nos preocupamos por
el futuro de nuestros seres queridos, hacemos predicciones a partir de indicios,
nos suicidamos cuando no vemos una salida. Esta capacidad construye una
prolongación hacia el futuro del individuo que se elimina al matarlo, y esto es
inmoral. Bien es verdad que los primates tienen una versión rudimentaria de
esta cualidad, pero aquí nadie discute sobre alimentarse de animales salvajes. También algunos experimentos
abogan por cierta capacidad de proyección en otras especies, pero es tan
embrionaria que no puede considerarse como base de ningún argumento moral incontestable. En un espectro continuo que va desde un virus hasta un
ser humano, hay que fijar el punto de disrupción en el lugar más sensato, y eso ya pertenece al terreno
de las decisiones personales, no de
las verdades irrefutables.
EL AMOR A LA NATURALEZA
La doctrina vegana, en el colmo
de la estrechez de miras, se otorga en
exclusividad la potestad de amar a los animales. No obstante, y mal le
pese, el sentimiento de amor hacia los animales y la naturaleza en general no
es exclusivo ni siquiera de la dieta. Culturas como las de las regiones árticas
(inuit y yupik) o de las estepas mongolas basan su dieta en productos de origen
animal, y en ellas suele darse un profundo respeto hacia la vida que les sirve
de sustento. Para los indios de las praderas norteamericanas, el bisonte ha
tenido siempre rango de sagrado. En el paleolítico dibujábamos ciervos,
caballos y otros animales de caza como primera forma de expresión artística, no
lechugas y pepinos. Y en nuestra sociedad actual, salvando las distancias,
ocurre otro tanto. A casi todos nos preocupa el medio ambiente y nos
disgusta que tantas especies estén al borde de la extinción. A la mayoría nos fascina pasear por el bosque, observar
las abejas libando, sentarnos a la orilla de un riachuelo, escuchar la
agitación de las hojas de los árboles movidas por el viento. ¿Por qué? Porque
somos biófilos desde tiempos
ancestrales, amamos la Naturaleza porque sentimos que es nuestro medio. Vivimos
en ciudades en las que nos sentimos extraños, y necesitamos escaparnos
periódicamente a la que sigue siendo nuestra casa. Muchas son las
personas que comparten con cualquier
vegano su amor por los animales, sólo que sin que ello condicione su dieta. Eso sí, en general unos y otros coincidirán en que debe abolirse el sufrimiento
en todos los ámbitos. No está mal, ¿no? Es algo increíble que este objetivo
común sea repudiado.
En general, cualquier postura vital
que conlleve sentimientos de amor merece todo el reconocimiento y aprecio.
Ahora bien, eso siempre y cuando no sea a la vez fuente de odio. Y, por
desgracia, en la doctrina vegana suele aparecer esta doble cara. En vez de
mostrarse seductora y paciente, a menudo sufre de una inflexibilidad que
termina en desprecio hacia quienes disienten. Así, no es raro que un vegano
integrista, enfrentado a un entorno que en su mayoría no sigue sus tesis, caiga
en la misantropía, algo paradójico en una doctrina tan pretendidamente piadosa.
Personalmente, si una ideología me llevara por semejantes derroteros, desde
luego me la cuestionaría, pero muchos
no se dan ni cuenta.
Visto lo visto, la doctrina vegana es ante todo una de las diversas
maneras de canalizar el amor hacia la naturaleza. Pero el amor no es una
cuestión moral. Es amor. Y ante él, pocos razonamientos caben, y mucho menos se
inculca a base de argumentos y más
argumentos. Se siente o no se siente. Y cuando se siente, cada cual lo expresa
a su manera y lo gestiona según su
personalidad, sus convicciones, sus aptitudes y sus experiencias previas.
En suma, y ya para concluir, seguir
la dieta vegana como acto de respeto hacia la vida animal es una decisión
loable, pero no es la decisión que
sirva para delimitar a unas personas
de otras. La bondad, la honestidad, la solidaridad y la justicia no son valores
exclusivos de nadie, bien al
contrario, son valores que hemos de compartir y alentar entre todos nosotros
por encima de los caminos seguidos por cada cual. Si queremos hacer de éste un
mundo mejor, todos hemos de hacer concesiones en pos de la unidad. Si nos
enrocamos en propuestas de máximos, vamos mal. No hay otra.
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