8 may 2013

Ha nacido un idioma

Qué chulo. Acabo de descubrir que domino a la perfección cuatro lenguas: catalán, castellano, valenciano y, ahora, la lengua aragonesa propia del área oriental. Estaría genial que en Catalunya, ya puestos, el castellano pasara a llamarse XJ-13. El nombre es molón y me permitiría indicar en mi currículum que soy quintilingüe, ahí es nada.

Ahora más en serio (mira que me cuesta), las Cortes de Aragón se han sacado de la manga una ley por la cual el catalán hablado en la zona oriental de Aragón pasa a denominarse lengua aragonesa propia del área oriental, así, tal cual. Quizás es para distinguirlo como variante dialectal del catalán, pero me da que en ningún documento, estudio ni redactado aparecerá semejante aseveración. De hecho, apuesto a que es justo para lo contrario, para desmarcarse como lengua distinta.

Es obvio que si dos personas al hablar se entienden perfectamente es que hablan el mismo idioma, se le llame como se le llame, así que me importa un rábano que le llamen así o asá. Por mí, como si le llaman zurundullo. Que cada cual haga el ridículo como mejor le parezca. Ahora bien, lo que sí me preocupa es el problema social que alimentan decisiones de este tipo.

Si alguna institución se empeña en inventar cierto nombre e imponerlo, las preguntas son inevitables. ¿Dónde radica la necesidad de inventar nombres? ¿Hay algún problema en llamarlo catalán? ¿Produce alguna reacción alérgica? En Colombia no han legislado para llamar colombiano a su idioma. Tampoco han hecho lo propio en Argentina, Perú, México o Guinea Ecuatorial. Todos ellos están en su derecho, desde luego, pero ¿por qué no lo han ejercido? La pregunta no es baladí (cuánto me pone esta palabra). Muchas personas dicen estar en contra del nacionalismo catalán, y a ello no hay nada que objetar. Es una postura ideológica tan respetable como la contraria. La coexistencia de ambas produce un antagonismo en el que cada parte actúa en pos de sus objetivos. El problema es que, no nos engañemos, detrás de la oposición al nacionalismo catalán con no poca frecuencia viene existiendo una mal disimulada catalanofobia, y ahora todo apunta a que las tensiones entre autonomías y gobierno central la están alimentando para solaz de la derecha más casposa. Este resentimiento se dispersa por todos los ámbitos sociales, algo a lo que las instituciones públicas no son inmunes. Sin embargo éstas, en vez de mitigarlo fomentando la tolerancia y el entendimiento, se encargan de todo lo contrario, lo amplifican a base de leyes como la que nos ocupa, que transmiten a la población de forma soterrada un mensaje inequívoco de repulsa.

En Catalunya jamás se ha planteado llamarle al castellano de otra manera. Sí es verdad que no se le suele llamar español, pero ambos términos son plenamente válidos, tanto es así que el artículo 3.1 de la Constitución afirma que «el castellano es la lengua española oficial del Estado». La Generalitat de Catalunya podría legislar para que el castellano se pasara a llamar catallano, castalán o incluso catalán de allende las fronteras, que mola que te cagas, pero no lo ha hecho. Imaginémonos ahora la que se liaba si se hiciera. Dan ganas, pero no estaría bien. Una cosa es que, por desgracia, existan fobias entre unos y otros, otra muy distinta es que éstas se alimenten desde la esfera pública.

En muchos medios se critica a los nacionalistas catalanes y de otras partes, a menudo con muestras de intolerancia tales como el uso del término nazionalista para referirse a ellos. Se apresuran a añadir que no tienen nada contra los catalanes, por supuesto, y que adoran Catalunya y su gente, el mar, la gastronomía, y que el idioma es precioso. Hasta un energúmeno con bigote lo habla en círculos íntimos, fíjate tú. ¿A qué viene tanta excusa? Hagamos la prueba. No paran de arremeter contra embajadas, rótulos y colegios, así que, por coherencia, ¿criticarán ahora estos disparates lingüísticos? ¿No? ¿Por qué no? Ah, ya, dejad que adivine. Dirán que es un debate tontorrón y que cada cual llame a las cosas como le plazca, que para eso vivimos en un país libre. Claro claro.

Lo dicho.


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